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martes, 8 de noviembre de 2016

PELIGROS DEL LLAMADO LENGUAJE NO SEXISTA


El otro día hablábamos algunos en la sala de profesores de una reciente polémica que se ha desarrollado en la prensa escrita entre dos académicos de la Real Academia Española de la Lengua, Francisco Rico y Arturo Pérez-Reverte, y que tenía como excusa la crítica del llamado “lenguaje no sexista”. Esto me da pie para hacer en este blog de coeducación algunas breves consideraciones sobre el tema que pueden interesar a los alumnos y profesores de nuestro instituto.
            Puede chocar que, muy a menudo, somos los profesores de Lengua quienes menos usamos en nuestros escritos (en la lengua hablada corriente no lo hace prácticamente nadie) la distinción permanente del género al referirnos a personas (alumnos y alumnas, profesores y profesoras…). Y mucho menos solemos usar con esa función el símbolo de la arroba @ (que no es una letra). La explicación lingüística es conocida por todos: el masculino es en español el género no marcado, el genérico, por lo que abarca en ese uso tanto al masculino como al femenino. Como defienden la práctica totalidad de los lingüistas, hay muchos motivos para seguir asumiendo ese uso del masculino genérico. Así, el hecho de que si se hiciera lo contrario (como a veces ocurre en el lenguaje político o administrativo) los textos resultantes serían prácticamente ilegibles y casi ridículos: “Los/las alumnos y alumnas estudiosos o estudiosas galardonad@s con el premio por los profesores/as...”. Un recurso también muy utilizado para evitar el masculino genérico es el de recurrir solo a sustantivos colectivos y otros circunloquios (el alumnado que estudia mucho y ha recibido el galardón del profesorado…), pero esto constituiría un empobrecimiento tremendo de nuestra idioma, además de no solventar determinadas dificultades léxicas.
            Es probable que la causa de que el masculino y no el femenino sea el género no marcado esté enraizada en nuestra historia y sea fruto de una sociedad patriarcal que ha minusvalorado a la mujer y reducido su visibilidad social y cultural. Pero, en cualquier caso, el uso de la “-o” o la “-a” para abarcar a los dos géneros era solo una cuestión del 50% de posibilidades. Yo les digo a mis alumnas que tienen la suerte de estar englobadas en dos géneros: el femenino, en exclusiva, y el masculino genérico, compartido con los hombres; los varones solo disponemos del masculino para ambos casos. Quizás si pudiéramos crear un género no marcado terminado en “-e”, por ejemplo, lo haríamos. Pero las lenguas no funcionan así, no son productos de creación en laboratorios (excepto el esperanto, lengua artificial completamente fallida), sino que son constructos históricos, orgánicos, en cierta manera dotados de vida propia y con evoluciones lentas pero prácticas (uno de los principios básicos de la lengua es el de economía). Eso mismo constituye la garantía de que no han sido un grupo de sesudos varones en la Real Academia de la Lengua Española los que han decidido que hablemos como lo hacemos, sino el uso normal de la gente (que luego la Academia hace norma).
            Las palabras pueden usarse para discriminar a la mujer, por supuesto, y esto hay que combatirlo, pero no creo que ese sea el caso del masculino genérico. Muchas mujeres comprometidas en la defensa de la igualdad lo usan sin rubor. Lo interesante, me parece a mí, es que el uso genérico del masculino no se perciba como una discriminación, sino como una inclusión. Si digo que el hombre es un ser racional, nadie debe dudar que esa afirmación abarca a los dos sexos. Cuando yo hablo de mis alumnos, todos ellos saben que, según el contexto, estoy abarcando tanto a las chicas como a los chicos, y eso no debe ser puesto en duda. Entre otras cosas porque existe un peligro importante que no he visto nunca señalado por los expertos en este tema y es que, con el exceso de énfasis en la distinción gramatical, puede llegarse a una diferenciación excesiva en los mismos significados y conceptos, ocasionando justo el efecto contrario del que se pretende conseguir: insistir en que el hombre y la mujer son seres racionales parece alejarnos en función del sexo más que acercarnos los unos a las otras, cuando realmente somos casi completamente iguales: iguales en la esencia, en dignidad y en derechos; y diferentes (afortunadamente) en tantas otras cosas que nos enriquecen mutuamente.
Un saludo a todos (y, especialmente, a todas).


                                                           Joaquín Espina, profesor de Lengua y Literatura.