El otro día hablábamos algunos en la sala de
profesores de una reciente polémica que se ha desarrollado en la prensa escrita
entre dos académicos de la Real Academia Española de la Lengua, Francisco Rico
y Arturo Pérez-Reverte, y que tenía como excusa la crítica del llamado
“lenguaje no sexista”. Esto me da pie para hacer en este blog de coeducación
algunas breves consideraciones sobre el tema que pueden interesar a los alumnos
y profesores de nuestro instituto.
Puede
chocar que, muy a menudo, somos los profesores de Lengua quienes menos usamos
en nuestros escritos (en la lengua hablada corriente no lo hace prácticamente
nadie) la distinción permanente del género al referirnos a personas (alumnos
y alumnas, profesores y profesoras…). Y mucho menos solemos usar con esa
función el símbolo de la arroba @ (que no es una letra). La explicación
lingüística es conocida por todos: el masculino es en español el género no
marcado, el genérico, por lo que abarca en ese uso tanto al masculino como al
femenino. Como defienden la práctica totalidad de los lingüistas, hay muchos
motivos para seguir asumiendo ese uso del masculino genérico. Así, el hecho de
que si se hiciera lo contrario (como a veces ocurre en el lenguaje político o
administrativo) los textos resultantes serían prácticamente ilegibles y casi
ridículos: “Los/las alumnos y alumnas estudiosos o estudiosas galardonad@s
con el premio por los profesores/as...”. Un recurso también muy utilizado
para evitar el masculino genérico es el de recurrir solo a sustantivos
colectivos y otros circunloquios (el alumnado que estudia mucho y ha
recibido el galardón del profesorado…), pero esto constituiría un empobrecimiento
tremendo de nuestra idioma, además de no solventar determinadas dificultades
léxicas.
Es
probable que la causa de que el masculino y no el femenino sea el género no
marcado esté enraizada en nuestra historia y sea fruto de una sociedad patriarcal
que ha minusvalorado a la mujer y reducido su visibilidad social y cultural.
Pero, en cualquier caso, el uso de la “-o” o la “-a” para abarcar a los dos
géneros era solo una cuestión del 50% de posibilidades. Yo les digo a mis
alumnas que tienen la suerte de estar englobadas en dos géneros: el femenino,
en exclusiva, y el masculino genérico, compartido con los hombres; los varones
solo disponemos del masculino para ambos casos. Quizás si pudiéramos crear un
género no marcado terminado en “-e”, por ejemplo, lo haríamos. Pero las lenguas
no funcionan así, no son productos de creación en laboratorios (excepto el
esperanto, lengua artificial completamente fallida), sino que son constructos
históricos, orgánicos, en cierta manera dotados de vida propia y con
evoluciones lentas pero prácticas (uno de los principios básicos de la lengua
es el de economía). Eso mismo constituye la garantía de que no han sido un
grupo de sesudos varones en la Real Academia de la Lengua Española los que han
decidido que hablemos como lo hacemos, sino el uso normal de la gente (que
luego la Academia hace norma).
Las
palabras pueden usarse para discriminar a la mujer, por supuesto, y esto hay
que combatirlo, pero no creo que ese sea el caso del masculino genérico. Muchas
mujeres comprometidas en la defensa de la igualdad lo usan sin rubor. Lo
interesante, me parece a mí, es que el uso genérico del masculino no se perciba
como una discriminación, sino como una inclusión. Si digo que el hombre es
un ser racional, nadie debe dudar que esa afirmación abarca a los dos
sexos. Cuando yo hablo de mis alumnos, todos ellos saben que, según el
contexto, estoy abarcando tanto a las chicas como a los chicos, y eso no debe
ser puesto en duda. Entre otras cosas porque existe un peligro importante que
no he visto nunca señalado por los expertos en este tema y es que, con el
exceso de énfasis en la distinción gramatical, puede llegarse a una
diferenciación excesiva en los mismos significados y conceptos, ocasionando
justo el efecto contrario del que se pretende conseguir: insistir en que el
hombre y la mujer son seres racionales parece alejarnos en función
del sexo más que acercarnos los unos a las otras, cuando realmente somos casi
completamente iguales: iguales en la esencia, en dignidad y en derechos; y
diferentes (afortunadamente) en tantas otras cosas que nos enriquecen
mutuamente.
Un saludo a todos (y, especialmente, a
todas).
Joaquín
Espina, profesor de Lengua y Literatura.